sábado, 2 de mayo de 2009

28 La Locura del Señor Crouch

El domingo después de desayunar, Harry, Ron y Hermione fueron a la lechucería para enviar una carta a Percy, preguntándole, como Sirius les había sugerido, si había visto a Crouch recientemente. Utilizaron a Hedwig, porque hacia tiempo que no le encomendaban ninguna misión. Después de observarla perderse de vista desde las ventanas de la lechucería, bajaron a las cocinas para entregar a Dobby sus calcetines nuevos.
Los elfos domésticos les dispensaron una cálida acogida, haciendo reverencias y apresurándose a prepararles un té. Dobby se emocionó con el regalo.
—¡Harry Potter es demasiado bueno con Dobby! —chilló, secándose las lágrimas de sus enormes ojos.
—Me salvaste la vida con esas branquialgas, Dobby, de verdad —dijo Harry.
—¿No hay más pastelitos de nata y chocolate? —preguntó Ron, paseando la vista por los elfos domésticos, que no paraban de sonreír ni de hacer reverencias.
—¡Acabas de desayunar! —dijo Hermione enfadada, pero entre cuatro elfos ya le habían llevado una enorme bandeja de plata llena de pastelitos.
—Deberíamos pedir algo de comida para mandarle a Hocicos —murmuró Harry.
—Buena idea —dijo Ron—. Hay que darle a Pig un poco de trabajo. ¿No podríais proporcionarnos algo de comida? —preguntó a los elfos que había alrededor, y ellos se inclinaron encantados y se apresuraron a llevarles más.
—¿Dónde está Winky, Dobby? —quiso saber Hermione, que había estado buscándola con la mirada.
—Winky está junto al fuego, señorita —repuso Dobby en voz baja, abatiendo un poco las orejas.
—¡Dios mío!
Harry también miró hacia la chimenea. Winky estaba sentada en el mismo taburete que la última vez, pero se hallaba tan sucia que se confundía con los ladrillos ennegrecidos por el humo que tenía detrás. La ropa que llevaba puesta estaba andrajosa y sin lavar. Sostenía en las manos una botella de cerveza de mantequilla y se balanceaba ligeramente sobre el taburete, contemplando el fuego. Mientras la miraban, hipó muy fuerte.
—Winky se toma ahora seis botellas al día —le susurró Dobby a Harry.
—Bueno, no es una bebida muy fuerte —comentó Harry.
Pero Dobby negó con la cabeza.
—Para una elfina doméstica sí que lo es, señor —repuso.
Ella volvió a hipar. Los elfos que les habían llevado los pastelitos le dirigieron miradas reprobatorias mientras volvían al trabajo.
—Winky está triste, Harry Potter —dijo Dobby apenado—. Quiere volver a su casa. Piensa que el señor Crouch sigue siendo su amo, señor, y nada de lo que Dobby le diga conseguirá persuadirla de que ahora su amo es Dumbledore.
Harry tuvo una idea brillante.
—Eh, Winky —la llamó, yendo hacia ella e inclinándose para hablarle—, ¿tienes alguna idea de lo que le pasa al señor Crouch? Porque ha dejado de asistir al Torneo de los tres magos.
Winky parpadeó y clavó en Harry sus enormes ojos. Volvió a balancearse ligeramente y luego dijo:
—¿El... el amo ha... dejado... ¡hip!... de asistir?
—Sí —dijo Harry—, no lo hemos vuelto a ver desde la primera prueba. El Profeta dice que está enfermo.
Winky se volvió a balancear, mirando a Harry con ojos enturbiados por las lágrimas.
—El amo... ¡hip!... ¿enfermo?
Le empezó a temblar el labio inferior.
—Pero no estamos seguros de que sea cierto —se apresuró a añadir Hermione.
—¡El amo necesita a su... ¡hip!... Winky! —gimoteó la elfina—. El amo no puede ¡hip! apañárselas ¡hip! él solo.
—Hay quien se las arregla para hacer por sí mismo las labores de la casa, ¿sabes, Winky? —le dijo Hermione severamente.
—¡Winky... ¡hip!... no sólo le hacía... ¡hip!... las cosas de la casa al señor Crouch! —chilló Winky indignada, balanceándose más que antes y derramando cerveza de mantequilla por su ya muy manchada blusa—. El amo le... ¡hip!... confiaba a Winky todos sus... ¡hip!... secretos más importantes.
—¿Qué secretos? —preguntó Harry.
Pero Winky negó rotundamente con la cabeza, derramándose encima más cerveza de mantequilla.
—Winky le guarda... ¡hip!... los secretos a su amo —contestó con brusquedad, balanceándose más y poniéndole a Harry cara de pocos amigos—. Harry Potter quiere... ¡hip!... meter las narices.
—¡Winky no debería hablarle de esa manera a Harry Potter! —la reprendió Dobby enojado—. ¡Harry Potter es noble y valiente, y no quiere meter las narices en ningún lado!
—Quiere meter las narices... ¡hip!... en las cosas privadas y secretas... ¡hip!... de mi amo... ¡hip! Winky es una buena elfina doméstica... ¡hip! Winky guarda sus secretos... ¡hip!... aunque haya quien quiera fisgonear... ¡hip!... y meter las narices. —Winky cerró los párpados y de repente, sin previo aviso, se deslizó del taburete y cayó al suelo delante de la chimenea, donde se puso a roncar muy fuerte. La botella vacía de cerveza de mantequilla rodó por el enlosado.
Media docena de elfos domésticos corrieron hacia ella indignados. Mientras uno cogía la botella, los otros cubrieron a Winky con un mantel grande de cuadros y remetieron las esquinas, ocultándola.
—¡Lamentamos que hayan tenido que ver esto, señores y señorita! —dijo un elfo que tenían al lado y que parecía muy avergonzado—. Esperamos que no nos juzguen a todos por el comportamiento de Winky, señores y señorita.
—¡Se siente desgraciada! —replicó Hermione, exasperada—. ¿Por qué no intentáis animarla en vez de taparla de la vista?
—Le rogamos que nos perdone, señorita —dijo el elfo doméstico, repitiendo la pronunciadísima reverencia—, pero los elfos domésticos no tenemos derecho a sentirnos desgraciados cuando hay trabajo que hacer y amos a los que servir.
—¡Por Dios! —exclamó Hermione enfadada—. ¡Escuchadme todos! ¡Tenéis el mismo derecho que los magos a sentiros desgraciados! ¡Tenéis derecho a cobrar un sueldo y a tener vacaciones y a llevar ropa de verdad! ¡No tenéis por qué obedecer a todo lo que se os manda! ¡Fijaos en Dobby!
—Le ruego a la señorita que deje a Dobby al margen de esto —murmuró Dobby, asustado.
Las alegres sonrisas habían desaparecido de la cara de los elfos. De repente observaban a Hermione como si fuera una peligrosa demente.
—¡Aquí tienen la comida! —chilló un elfo, y puso en los brazos de Harry un jamón enorme, doce pasteles y algo de fruta—. ¡Adiós!
Los elfos domésticos se arremolinaron en torno a los tres amigos y los sacaron de las cocinas, dándoles empujones en la espalda, a la altura de la cintura.
—¡Gracias por los calcetines, Harry Potter! —gritó Dobby con tristeza desde la chimenea, donde se encontraba junto al bulto en que había quedado convertida Winky, arrebujada en el mantel.
—¿No podías cerrar la boca, Hermione? —dijo Ron enojado, cuando la puerta de las cocinas se cerró tras ellos de un portazo—. ¡Ahora ya no querrán que vengamos a visitarlos! ¡Hemos perdido la oportunidad de sacarle algo a Winky sobre Crouch!
—¡Ah, como si eso te preocupara! —se burló Hermione—. ¡Lo que a ti te gusta es que te den de comer!
Después de eso, el día se volvió inaguantable. Harry se hartó hasta tal punto de que Ron y Hermione se metieran el uno con el otro mientras hacían los deberes en la sala común, que por la noche llevó él solo la comida de Sirius a la lechucería.
Pigwidgeon era demasiado pequeño para transportar un jamón a la montaña sin ayuda, así que Harry reclutó también otras dos lechuzas. Cuando se internaron en la oscuridad, componiendo una figura muy extraña las tres con el gran paquete, Harry se inclinó en el alféizar de la ventana y contempló los terrenos del colegio, las oscuras y susurrantes copas de los árboles del bosque prohibido y las velas del barco de Durmstrang ondeando al viento. Un búho real atravesó el humo que salía de la chimenea de Hagrid, se acercó al castillo, planeó alrededor de la lechucería y desapareció de su vista. Vio a Hagrid cavando enérgicamente delante de su cabaña, y se preguntó qué estaría haciendo: era como si preparara un nuevo trozo de huerta. Mientras miraba, Madame Maxime salió del carruaje de Beauxbatons y fue hacia Hagrid. Daba la impresión de que intentaba trabar conversación con él. Hagrid se apoyó en la pala, pero no parecía deseoso de prolongar la charla, porque Madame Maxime volvió a su carruaje poco después.
No le apetecía regresar a la torre de Gryffindor y oír a Ron y Hermione gruñéndose el uno al otro, así que se quedó observando cavar a Hagrid hasta que la oscuridad lo envolvió y, a su alrededor, las lechuzas empezaron a despertar y a pasar zumbando por su lado para internarse en la noche.

Al día siguiente, para el desayuno, se había disipado el mal humor de sus amigos, y, para alivio de Harry, no se cumplieron las pesimistas predicciones de Ron de que los elfos domésticos mandarían a la mesa de Gryffindor una pésima comida por culpa de Hermione: el tocino, los huevos y los arenques ahumados estaban tan ricos como siempre.
Cuando llegaron las lechuzas, ella las miró con impaciencia; parecía que esperaba algo.
—Percy no habrá tenido tiempo de responder —dijo Ron—. Enviamos a Hedwig ayer.
—No, no es eso —repuso Hermione—. Me he suscrito a El Profeta: ya estoy harta de enterarme de las cosas por los de Slytherin.
—¡Bien pensado! —aprobó Harry, levantando también la vista hacia las lechuzas—. ¡Eh, Hermione, me parece que estás de suerte!
Una lechuza gris bajaba hasta ella.
—Pero no trae ningún periódico —comentó ella decepcionada—. Es...
Para su asombro, la lechuza gris se posó delante de su plato, seguida de cerca por cuatro lechuzas comunes, una parda y un cárabo.
—¿Cuántos ejemplares has pedido? —preguntó Harry, agarrando la copa de Hermione antes de que la tiraran las lechuzas, que se empujaban unas a otras intentando acercarse a ella para entregar la carta primero.
—¿Qué demonios...? —exclamó Hermione, que cogió la carta de la lechuza gris, la abrió y comenzó a leerla—. Pero ¡bueno! ¡Hay que ver! —farfulló, poniéndose colorada.
—¿Qué pasa? —inquirió Ron.
—Es... ¡ah, qué ridículo...!
Le pasó la carta a Harry, que vio que no estaba escrita a mano, sino compuesta a partir de letras que parecían recortadas de El Profeta:
eRes una ChicA malVAdA. HaRRy PottEr se merEce alGo MejoR quE tú. vUelve a tU sitIO, mUggle.
—¡Son todas por el estilo! —dijo Hermione desesperada, abriendo una carta tras otra—. «Harry Potter puede llegar mucho más lejos que la gente como tú...» «Te mereces que te escalden en aceite hirviendo... » ¡Ay!
Acababa de abrir el último sobre, y un líquido verde amarillento con un olor a gasolina muy fuerte se le derramó en las manos, que empezaron a llenarse de granos amarillos.
—¡Pus de bubotubérculo sin diluir! —dijo Ron, cogiendo con cautela el sobre y oliéndolo.
Con lágrimas en los ojos, Hermione intentaba limpiarse las manos con una servilleta, pero tenía ya los dedos tan llenos de dolorosas úlceras que parecía que se hubiera puesto un par de guantes gruesos y nudosos.
—Será mejor que vayas a la enfermería —le aconsejó Harry al tiempo que echaban a volar las lechuzas—. Nosotros le explicaremos a la profesora Sprout adónde has ido...
—¡Se lo advertí! —dijo Ron mientras Hermione se apresuraba a salir del Gran Comedor, soplándose las manos—. ¡Le advertí que no provocara a Rita Skeeter! Fíjate en ésta. —Leyó en voz alta una de las cartas que Hermione había dejado en la mesa—. «He leído en Corazón de bruja cómo has jugado con Harry Potter, y quiero decirte que ese chico ya ha pasado por cosas muy duras en esta vida. Pienso enviarte una maldición por correo en cuanto encuentre un sobre lo bastante grande.» ¡Va a tener que andarse con cuidado!
Hermione no asistió a Herbología. Al salir del invernadero para ir a clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, Harry y Ron vieron a Malfoy, Crabbe y Goyle descendiendo la escalinata de la puerta del castillo. Pansy Parkinson iba cuchicheando y riéndose tras ellos con el grupo de chicas de Slytherin. Al ver a Harry, Pansy le gritó:
—Potter, ¿has roto con tu novia? ¿Por qué estaba tan alterada en el desayuno?
Harry no le hizo caso: no quería darle la satisfacción de que supiera cuántos problemas les estaba causando el artículo de Corazón de bruja.
Hagrid, que en la clase anterior les había dicho que ya habían acabado con los unicornios, los esperaba fuera de la cabaña con una nueva remesa de cajas. Al verlas, a Harry se le cayó el alma a los pies. ¿Les tocaría cuidar otra camada de escregutos? Pero, cuando llegaron lo bastante cerca para echar un vistazo, vieron un montón de animalitos negros de aspecto esponjoso y largo hocico. Tenían las patas delanteras curiosamente planas, como palas, y miraban a la clase sin dejar de parpadear, algo sorprendidos de la atención que atraían.
—Son escarbatos —explicó Hagrid cuando la clase se congregó en torno a ellos—. Se encuentran sobre todo en las minas. Les gustan las cosas brillantes... Mirad.
Uno de los escarbatos dio un salto para intentar quitarle de un mordisco el reloj de pulsera a Pansy Parkinson, que gritó y se echó para atrás.
—Resultan muy útiles como detectores de tesoros —dijo Hagrid contento—. Pensé que hoy podríamos divertirnos un poco con ellos. ¿Veis eso? —Señaló el trozo grande de tierra recién cavada en la que Harry lo había visto trabajar desde la ventana de la lechucería—. He enterrado algunas monedas de oro. Tengo preparado un premio para el que coja al escarbato que consiga sacar más. Pero lo primero que tenéis que hacer es quitaros las cosas de valor; luego escoged un escarbato y preparaos para soltarlo.
Harry se quitó el reloj, que sólo llevaba por costumbre, dado que ya no funcionaba, y lo guardó en el bolsillo. Luego cogió un escarbato, que le metió el hocico en la oreja, olfateando. Era bastante cariñoso.
—Esperad —dijo Hagrid mirando dentro de una caja—, aquí queda un escarbato. ¿Quién falta? ¿Dónde está Hermione?
—Ha tenido que ir a la enfermería —explicó Ron.
—Luego te lo explicamos —susurró Harry, viendo que Pansy Parkinson estaba muy atenta.
Era con diferencia lo más divertido que hubieran visto nunca en clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Los escarbatos entraban y salían de la tierra como si ésta fuera agua, y acudían corriendo a su estudiante respectivo para depositar el oro en sus manos. El de Ron parecía especialmente eficiente. No tardó en llenarle el regazo de monedas.
—¿Se pueden comprar y tener de mascotas, Hagrid? —le preguntó emocionado, mientras su escarbato volvía a hundirse en la tierra, salpicándole la túnica.
—A tu madre no le haría gracia, Ron —repuso Hagrid sonriendo—, porque destrozan las casas. Me parece que ya deben de haberlas recuperado todas —añadió paseando por el trozo de tierra excavado, mientras los escarbatos continuaban buscando—. Sólo enterré cien monedas. ¡Ah, ahí está Hermione!
Se acercaba por la explanada. Llevaba las manos llenas de vendajes, y parecía triste. Pansy Parkinson la miró escrutadoramente.
—¡Bueno, comprobemos cómo ha ido la cosa! —dijo Hagrid—. ¡Contad las monedas! Y no merece la pena que intentes robar ninguna, Goyle —agregó, entornando los ojos de color azabache—. Es oro leprechaun: se desvanece al cabo de unas horas.
Goyle se vació los bolsillos, enfurruñado. Resultó que el que más monedas había recuperado era el escarbato de Ron, así que Hagrid le dio como premio una enorme tableta de chocolate de Honeydukes. En esos momentos sonó la campana del colegio anunciando la comida. Todos regresaron al castillo salvo Harry, Ron y Hermione, que se quedaron ayudando a Hagrid a guardar los escarbatos en las cajas. Harry se dio cuenta de que Madame Maxime los observaba por la ventanilla del carruaje.
—¿Qué te ha pasado en las manos, Hermione? —preguntó Hagrid, preocupado.
Hermione le contó lo de los anónimos que había recibido aquella mañana, y el sobre lleno de pus de bubotubérculo.
—¡Bah, no te preocupes! —le dijo Hagrid amablemente, mirándola desde lo alto de su estatura—. Yo también recibí cartas de ésas después de que Rita Skeeter escribió sobre mi madre. «Eres un monstruo y deberían sacrificarte.» «Tu madre mató a gente inocente, y si tú tuvieras un poco de dignidad, te tirarías al lago.»
—¡No! —exclamó Hermione, asustada.
—Sí —dijo Hagrid, levantando las cajas de los escarbatos y arrimándolas a la pared de la cabaña—. Es gente que está chiflada, Hermione. No abras ninguna más. Échalas al fuego según vengan.
—Te has perdido una clase estupenda —le dijo Harry a Hermione de camino al castillo—. Los escarbatos molan, ¿a que sí, Ron?
Pero Ron miraba ceñudo el chocolate que Hagrid le había dado. Parecía preocupado por algo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Harry—. ¿No está bueno?
—No es eso —replicó Ron—. ¿Por qué no me dijiste lo del oro?
—¿Qué oro?
—El oro que te di en los Mundiales de quidditch —explicó Ron—. El oro leprechaun que te di en pago de los omniculares. En la tribuna principal. ¿Por qué no me dijiste que había desaparecido?
Harry tuvo que hacer un esfuerzo para entender de qué hablaba Ron.
—Ah... —dijo recordando—. No sé... no me di cuenta de que hubiera desaparecido. Creo que estaba más preocupado por la varita.
Subieron la escalinata de piedra, entraron en el vestíbulo y fueron al Gran Comedor para la comida.
—Tiene que ser estupendo —dijo Ron de repente, cuando ya estaban sentados y habían comenzado a servirse rosbif con budín de Yorkshire— eso de tener tanto dinero que uno no se da cuenta si le desaparece un puñado de galeones.
—¡Mira, esa noche tenía otras cosas en la cabeza! —contestó Harry perdiendo un poco la paciencia—. Y no era el único, ¿recuerdas?
—Yo no sabía que el oro leprechaun se desvanecía —murmuró Ron—. Creí que te estaba pagando. No tendrías que haberme regalado por Navidad el sombrero de los Chudley Cannons.
—Olvídalo, ¿quieres? —le pidió Harry.
Ron ensartó con el tenedor una patata asada y se quedó mirándola. Luego dijo:
—Odio ser pobre.
Harry y Hermione se miraron. Ninguno de los dos sabía qué decir.
—Es un asco —siguió Ron, sin dejar de observar la patata—. No me extraña que Fred y George quieran ganar dinero. A mí también me gustaría. Quisiera tener un escarbato.
—Bueno, ya sabemos qué regalarte la próxima Navidad —dijo Hermione para animarlo. Pero, como continuaba triste, añadió—: Vamos, Ron, podría ser peor. Por lo menos no tienes los dedos llenos de pus. —Hermione estaba teniendo dificultades para manejar el tenedor y el cuchillo con los dedos tan rígidos e hinchados—. ¡Odio a esa Skeeter! —exclamó—. ¡Me vengaré de esto aunque sea lo último que haga en la vida!
· · ·
Hermione continuó recibiendo anónimos durante la semana siguiente, y, aunque siguió el consejo de Hagrid y dejó de abrirlos, varios de ellos eran vociferadores, así que estallaron en la mesa de Gryffindor y le gritaron insultos que oyeron todos los que estaban en el Gran Comedor. Hasta los que no habían leído Corazón de bruja se enteraron de todo lo relativo al supuesto triángulo amoroso Harry-Hermione-Krum. Harry estaba harto de explicar a todo el mundo que Hermione no era su novia.
—Ya pasará —le dijo a Hermione—. Basta con que no hagas caso... La gente terminó por aburrirse de lo que ella escribió sobre mí.
—¡Tengo que enterarme de cómo logra escuchar las conversaciones privadas cuando se supone que tiene prohibida la entrada a los terrenos del colegio! —contestó Hermione irritada.
Hermione se quedó al término de la siguiente clase de Defensa Contra las Artes Oscuras para preguntarle algo al profesor Moody. El resto de la clase estaba deseando marcharse: Moody les había puesto un examen de desvío de maleficios tan duro que muchos de ellos sufrían pequeñas heridas. Harry padecía un caso agudo de orejas bailonas, y tenía que sujetárselas con las manos mientras salía de clase.
—Bueno, ¡por lo menos está claro que Rita no usó una capa invisible! —dijo Hermione jadeando cinco minutos más tarde, cuando alcanzó a Ron y Harry en el vestíbulo y le apartó a éste una mano de la oreja bailona para que pudiera oírla—. Moody dice que no la vio por ningún lado durante la segunda prueba, ni cerca de la mesa del tribunal ni cerca del lago.
—¿Serviría de algo pedirte que lo olvidaras, Hermione? —le preguntó Ron.
—¡No! —respondió ella testarudamente—. ¡Tengo que saber cómo escuchó mi conversación con Viktor! ¡Y cómo averiguó lo de la madre de Hagrid!
—A lo mejor te ha pinchado —dijo Harry.
—¿Pinchado? —repitió Ron sin entender—. ¿Qué quieres decir, que le ha clavado alfileres?
Harry explicó lo que eran los micrófonos ocultos y los equipos de grabación. Ron lo escuchaba fascinado, pero Hermione los interrumpió:
—Pero ¿es que no leeréis nunca Historia de Hogwarts?
—¿Para qué? —repuso Ron—. Si tú te la sabes de memoria... Sólo tenemos que preguntarte.
—Todos esos sustitutos de la magia que usan los muggles (electricidad, informática, radar y todas esas cosas) no funcionan en los alrededores de Hogwarts porque hay demasiada magia en el aire. No, Rita está usando la magia para escuchar a escondidas. Si pudiera averiguar lo que es... ¡Ah, y si es ilegal, la tendré en mis redes!
—¿No tenemos ya bastantes motivos de preocupación, para emprender también una vendetta contra Rita Skeeter? —le preguntó Ron.
—¡No te estoy pidiendo ayuda! —replicó Hermione—. ¡Me basto yo sola!
Subió por la escalinata de mármol sin volver la vista atrás. Harry estaba seguro de que iba a la biblioteca.
—¿Qué te apuestas a que vuelve con una caja de insignias de «Odio a Rita Skeeter»? —comentó Ron.
Hermione no les pidió que la ayudaran en su venganza contra Rita Skeeter, algo que ambos le agradecían porque el trabajo se amontonaba en los días previos a la semana de Pascua. Harry se maravillaba de que Hermione fuera capaz de investigar medios mágicos de escucha además de cumplir con todo lo que tenían que hacer para clase. Él trabajaba muchísimo sólo para conseguir terminar los deberes, aunque también se ocupaba de enviar a Sirius regularmente paquetes de comida a la cueva de la montaña. Después del último verano, sabía muy bien lo que era pasar hambre. Le incluía notas diciéndole que no ocurría nada extraordinario y que continuaban esperando la respuesta de Percy.
Hedwig no volvió hasta el final de las vacaciones de Pascua. La carta de Percy iba adjunta a un paquete con huevos de Pascua que enviaba la señora Weasley. Tanto el huevo de Ron como el de Harry parecían de dragón, y estaban rellenos de caramelo casero. El de Hermione, en cambio, era más pequeño que un huevo de gallina. Al verlo se quedó decepcionada.
—¿Tu madre no leerá por un casual Corazón de bruja? —preguntó en voz baja.
—Sí —contestó Ron con la boca llena de caramelo—. Lo compra por las recetas de cocina.
Hermione miró con tristeza su diminuto huevo.
—¿No queréis ver lo que ha escrito Percy? —dijo Harry.
La carta de Percy era breve y estaba escrita con verdadero mal humor:
Como constantemente declaro a El Profeta, el señor Crouch se está tomando un merecido descanso. Envía regularmente lechuzas con instrucciones. No, en realidad no lo he visto, pero creo que puedo estar seguro de conocer la letra de mi superior. Ya tengo bastante que hacer en estos días aparte de intentar sofocar esos ridículos rumores. Os ruego que no me volváis a molestar si no es por algo importante. Felices Pascuas.
Otros años, en primavera, Harry se entrenaba a fondo para el último partido de la temporada. Aquel año, sin embargo, era la tercera prueba del Torneo de los tres magos la que necesitaba prepararse, pero seguía sin saber qué tenía que hacer. Finalmente, en la última semana de mayo, al final de una clase de Transformaciones, lo llamó la profesora McGonagall.
—Esta noche a las nueve en punto tienes que ir al campo de quidditch —le dijo—. El señor Bagman se encontrará allí para hablaros de la tercera prueba.
De forma que aquella noche, a las ocho y media, dejó a Ron y Hermione en la torre de Gryffindor para acudir a la cita. Al cruzar el vestíbulo se encontró con Cedric, que salía de la sala común de Hufflepuff.
—¿Qué crees que será? —le preguntó a Harry, mientras bajaba con él la escalinata de piedra y salían a la oscuridad de una noche encapotada—. Fleur no para de hablar de túneles subterráneos: cree que tendremos que encontrar un tesoro.
—Eso no estaría mal —dijo Harry, pensando que sencillamente le pediría a Hagrid un escarbato para que hiciera el trabajo por él.
Bajaron por la oscura explanada hasta el estadio de quidditch, entraron a través de una abertura en las gradas y salieron al terreno de juego.
—¿Qué han hecho? —exclamó Cedric indignado, parándose de repente.
El campo de quidditch ya no era llano ni liso: parecía que alguien había levantado por todo él unos muros largos y bajos, que serpenteaban y se entrecruzaban en todos los sentidos.
—¡Son setos! —dijo Harry, inclinándose para examinar el que tenía más cerca.
—¡Eh, hola! —los saludó una voz muy alegre.
Ludo Bagman estaba con Krum y Fleur en el centro del terreno de juego. Harry y Cedric se les acercaron franqueando los setos. Fleur sonrió a Harry: su actitud hacia él había cambiado por completo desde que había rescatado a su hermana del lago.
—Bueno, ¿qué os parece? —dijo Bagman contento, cuando Harry y Cedric pasaron el último seto—. Están creciendo bien, ¿no? Dentro de un mes Hagrid habrá conseguido que alcancen los seis metros. No os preocupéis —añadió sonriente, viendo la expresión de tristeza de Harry y Cedric—, ¡en cuanto la prueba finalice vuestro campo de quidditch volverá a estar como siempre! Bien, supongo que ya habréis adivinado en qué consiste la prueba, ¿no?
Pasó un momento sin que nadie hablara. Luego dijo Krum:
—Un «laberrinto».
—¡Eso es! —corroboró Bagman—. Un laberinto. La tercera prueba es así de sencilla: la Copa de los tres magos estará en el centro del laberinto. El primero en llegar a ella recibirá la máxima puntuación.
—¿Simplemente tenemos que «guecogueg» el «labeguinto»? —preguntó Fleur.
—Sí, pero habrá obstáculos —dijo Bagman, dando saltitos de entusiasmo—. Hagrid está preparando unos cuantos bichejos... y tendréis que romper algunos embrujos... Ese tipo de cosas, ya os imagináis. Bueno, los campeones que van delante en puntuación saldrán los primeros. —Bagman dirigió a Cedric y Harry una amplia sonrisa—. Luego entrará el señor Krum... y al final la señorita Delacour. Pero todos tendréis posibilidades de ganar: eso dependerá de lo bien que superéis los obstáculos. Parece divertido, ¿verdad?
Harry, que conocía de sobra el tipo de animales que Hagrid buscaría para una ocasión como aquélla, pensó que no resultaría precisamente divertido. Sin embargo, como los otros campeones, asintió por cortesía.
—Muy bien. Si no tenéis ninguna pregunta, volveremos al castillo. Está empezando a hacer frío...
Bagman alcanzó a Harry cuando salían del laberinto. Tuvo la impresión de que iba a volver a ofrecerle ayuda, pero justo entonces Krum le dio a Harry unas palmadas en el hombro.
—¿«Podrríamos hablarr»?
—Sí, claro —contestó Harry, algo sorprendido.
—¿Te «imporrta» si caminamos juntos?
—No.
Bagman parecía algo contrariado.
—Te espero, ¿quieres, Harry?
—No, no hace falta, señor Bagman —respondió Harry reprimiendo una sonrisa—. Podré volver yo solo, gracias.
Harry y Krum dejaron juntos el estadio, pero Krum no tomó la dirección del barco de Durmstrang. En vez de eso, se dirigió hacia el bosque.
—¿Por qué vamos por aquí? —preguntó Harry al pasar ante la cabaña de Hagrid y el iluminado carruaje de Beauxbatons.
—No «quierro» que nadie nos oiga —contestó simplemente Krum.
Cuando por fin llegaron a un paraje tranquilo, a escasa distancia del potrero de los caballos de Beauxbatons, Krum se detuvo bajo los árboles y se volvió hacia Harry.
—«Quisierra saberr» —dijo, mirándolo con el entrecejo fruncido— si hay algo «entrre» tú y Herr... mío... ne.
Harry, a quien la exagerada reserva de Krum le había hecho creer que hablaría de algo mucho más grave, lo miró asombrado.
—Nada —contestó. Pero Krum siguió mirándolo ceñudo, y Harry, que volvía a sorprenderse de lo alto que parecía Krum a su lado, tuvo que explicarse—: Somos amigos. No es mi novia y nunca lo ha sido. Todo se lo ha inventado esa Skeeter.
—Herr... mío... ne habla mucho de ti —dijo Krum, mirándolo con recelo.
—Sí —admitió Harry—, porque somos amigos.
No acababa de creer que estuviera manteniendo aquella conversación con Viktor Krum, el famoso jugador internacional de quidditch. Era como si Krum, con sus dieciocho años, lo considerara a él, a Harry, un igual... un verdadero rival.
—«Vosotrros» nunca... «vosotrros» no...
—No —dijo Harry con firmeza.
Krum parecía algo más contento. Miró a Harry durante unos segundos y luego le dijo:
—Vuelas muy bien. Te vi en la «prrimerra prrueba».
—Gracias —contestó, sonriendo de oreja a oreja y sintiéndose de pronto mucho más alto—. Yo te vi en los Mundiales de quidditch. El amago de Wronski... la verdad es que tú...
Pero algo se movió tras los árboles, y Harry, que tenía alguna experiencia del tipo de cosas que se escondían en el bosque, agarró a Krum instintivamente del brazo y tiró de él.
—¿Qué ha sido eso?
Harry negó con la cabeza, mirando al lugar en que algo se había movido, y metió la mano en la túnica para coger la varita. Al instante, de detrás de un alto roble salió tambaleándose un hombre. Harry tardó un momento en darse cuenta de que se trataba del señor Crouch.
Por su aspecto se habría dicho que llevaba días de un lado para otro: a la altura de las rodillas, la túnica estaba rasgada y ensangrentada; tenía la cara llena de arañazos, sin afeitar y con señales de agotamiento, y tanto el cabello como el bigote, habitualmente impecables, reclamaban un lavado y un corte. Su extraña apariencia, sin embargo, no era tan llamativa como la forma en que se comportaba: murmuraba y gesticulaba, como si hablara con alguien que sólo él veía. A Harry le recordó un viejo mendigo que había visto en una ocasión, cuando había acompañado a los Dursley a ir de compras. También aquel hombre conversaba vehementemente con el aire. Tía Petunia había cogido a Dudley de la mano y habían cruzado la calle para evitarlo. Luego tío Vernon dedicó a la familia una larga diatriba sobre lo que él haría con mendigos y vagabundos.
—¿No es uno de los «miembrros» del «trribunal»? —preguntó Krum, mirando al señor Crouch—. ¿No es del «Ministerrio»?
Harry asintió y, tras dudar por un momento, caminó lentamente hacia el señor Crouch, que, sin mirarlo, siguió hablando con un árbol cercano:
—... y cuando hayas acabado, Weatherby, envíale a Dumbledore una lechuza confirmándole el número de alumnos de Durmstrang que asistirán al Torneo. Karkarov acaba de comunicarme que serán doce...
—Señor Crouch... —dijo Harry con cautela.
—... y luego envíale otra lechuza a Madame Máxime, porque tal vez quiera traer a algún alumno más, dado que Karkarov ha completado la docena... Hazlo, Weatherby, ¿querrás? ¿Querrás? —El señor Crouch tenía los ojos desmesuradamente abiertos. Siguió allí de pie mirando al árbol, moviendo la boca sin pronunciar una palabra. Luego se tambaleó hacia un lado y cayó de rodillas.
—¡Señor Crouch! —exclamó Harry—, ¿se encuentra bien?
Los ojos le daban vueltas. Harry miró a Krum, que lo había seguido hasta los árboles y observaba a Crouch asustado.
—¿Qué le pasa?
—Ni idea —susurró Harry—. Será mejor que vayas a buscar a alguien...
—¡A Dumbledore! —dijo el señor Crouch con voz ahogada. Agarró a Harry de la tela de la túnica y lo atrajo hacia él, aunque los ojos miraban por encima de su cabeza—. Tengo... que ver... a Dumbledore...
—De acuerdo —contestó Harry—. Si se levanta usted, señor Crouch, podemos ir al...
—He hecho... idioteces... —musitó el señor Crouch. Parecía realmente trastornado: los ojos se le movían desorbitados, y un hilo de baba le caía de la barbilla. Cada palabra que pronunciaba parecía costarle un terrible esfuerzo—. Tienes que... decirle a Dumbledore...
—Levántese, señor Crouch —le indicó Harry en voz alta y clara—. ¡Levántese y lo llevaré hasta Dumbledore!
El señor Crouch dirigió los ojos hacia él.
—¿Quién... eres? —susurró.
—Soy alumno del colegio —contestó Harry, mirando a Krum en busca de ayuda, pero éste se mostraba indeciso y nervioso.
—¿No eres de... él? —preguntó Crouch, y se quedó con la mandíbula caída.
—No —respondió, sin tener la más leve idea de lo que quería decir Crouch.
—¿De Dumbledore...?
—Sí.
Crouch tiraba de él hacia sí. Harry trató de soltarse, pero lo agarraba con demasiada fuerza.
—Avisa a... Dumbledore...
—Traeré a Dumbledore si me suelta —le dijo Harry—. Suélteme, señor Crouch, e iré a buscarlo.
—Gracias, Weatherby. Y, cuando termines, me tomaría una taza de té. Mi mujer y mi hijo no tardarán en llegar. Vamos a ir esta noche a un concierto con Fudge y su señora. —Crouch hablaba otra vez con el árbol, completamente ajeno de Harry, que se sorprendió tanto que no notó que lo había soltado—. Sí, mi hijo acaba de sacar doce TIMOS, muy pero que muy bien, sí, gracias, sí, sí que me siento orgulloso. Y ahora, si me puedes traer ese memorándum del ministro de Magia de Andorra, creo que tendré tiempo de redactar una respuesta...
—¡Quédate con él! —le dijo Harry a Krum—. Yo traeré a Dumbledore. Puedo hacerlo más rápido, porque sé dónde está su despacho...
—Está loco —repuso Krum en tono dubitativo, mirando a Crouch, que seguía hablando atropelladamente con el árbol, convencido de que era Percy.
—Quédate con él —repitió Harry comenzando a levantarse, pero su movimiento pareció desencadenar otro cambio repentino en el señor Crouch, que lo agarró fuertemente de las rodillas y lo tiró al suelo.
—¡No me... dejes! —susurró, con los ojos de nuevo desorbitados—. Me he escapado... Tengo que avisar... tengo que decir... ver a Dumbledore... Ha sido culpa mía, sólo mía... Bertha... muerta... sólo culpa mía... mi hijo... culpa mía... Tengo que decírselo a Dumbledore... Harry Potter... el Señor Tenebroso... más fuerte... Harry Potter...
—¡Le traeré a Dumbledore si usted deja que me vaya, señor Crouch! —replicó Harry. Miró nervioso a Krum—. Ayúdame, ¿quieres?
Como de mala gana, Krum avanzó y se agachó al lado del señor Crouch.
—Que no se mueva de aquí —dijo Harry, liberándose del señor Crouch—. Volveré con Dumbledore.
—Date prisa —le gritó Krum mientras Harry se alejaba del bosque corriendo y atravesaba los terrenos del colegio, que estaban sumidos en la oscuridad.
Bagman, Cedric y Fleur habían desaparecido. Subió como un rayo la escalinata de piedra, atravesó las puertas de roble y se lanzó por la escalinata de mármol hacia el segundo piso. Cinco minutos después se precipitaba hacia una gárgola de piedra que decoraba el vacío corredor.
—«¡Sor... sorbete de limón!» —dijo jadeando.
Era la contraseña de la oculta escalera que llevaba al despacho de Dumbledore. O al menos lo había sido dos años antes, porque evidentemente había cambiado, ya que la gárgola de piedra no revivió ni se hizo a un lado, sino que permaneció inmóvil, dirigiendo a Harry su aterrorizadora mirada.
—¡Muévete! —le gritó Harry—. ¡Vamos!
Pero en Hogwarts las cosas no se movían simplemente porque uno les gritara: sabía que no le serviría de nada. Miró a un lado y otro del oscuro corredor. Quizá Dumbledore estuviera en la sala de profesores. Se precipitó a la carrera hacia la escalera.
—¡POTTER!
Snape acababa de salir de la escalera oculta tras la gárgola de piedra. El muro se cerraba a sus espaldas mientras hacía señas a Harry para que fuera hacia él.
—¿Qué hace aquí, Potter?
—¡Tengo que hablar con el profesor Dumbledore! —respondió, retrocediendo por el corredor y resbalando un poco al pararse en seco delante de Snape—. Es el señor Crouch... Acaba de aparecer... Está en el bosque... Pregunta...
—Pero ¿qué está diciendo? —exclamó Snape. Los ojos negros le brillaban—. ¿Qué tonterías son ésas?
—¡El señor Crouch! —gritó—. ¡El del Ministerio! ¡Está enfermo o algo parecido...! Está en el bosque y quiere ver a Dumbledore. ¡Por favor, deme la contraseña!
—El director está ocupado, Potter —dijo Snape curvando sus delgados labios en una desagradable sonrisa.
—¡Tengo que decírselo a Dumbledore! —gritó.
—¿No me ha oído, Potter?
Harry hubiera jurado que Snape disfrutaba al negarle lo que le pedía en un momento en el que estaba tan asustado.
—Mire —le dijo enfadado—, Crouch no está bien... Está... está como loco... Dice que quiere advertir...
Tras Snape se volvió a abrir el muro. Apareció Dumbledore con una larga túnica verde y expresión de ligera extrañeza.
—¿Hay algún problema? —preguntó, mirando a Harry y Snape.
—¡Profesor! —dijo Harry, adelantándose a Snape—. El señor Crouch está aquí. ¡Está en el bosque, y quiere hablar con usted!
Harry esperaba que Dumbledore le hiciera preguntas pero, para alivio suyo, no fue así.
—Llévame hasta allí —le indicó de inmediato, y fue tras él por el corredor dejando a Snape junto a la gárgola, que a su lado no parecía tan fea.
—¿Qué ha dicho el señor Crouch, Harry? —preguntó Dumbledore cuando bajaban apresuradamente por la escalinata de mármol.
—Dice que quiere advertirle... Dice que ha hecho algo terrible... Menciona a su hijo... y a Bertha Jorkins... y... y a Voldemort... Dice algo de que Voldemort se hace fuerte...
—¿De veras? —dijo Dumbledore, y apresuró el paso para atravesar los terrenos sumidos en completa oscuridad.
—No se comporta con normalidad —comentó Harry, corriendo al lado de Dumbledore—. No parece que sepa dónde está. Habla como si creyera que Percy Weasley está con él, y de repente cambia y pide verlo a usted... Lo he dejado con Viktor Krum.
—¿Cómo? ¿Lo has dejado con Krum? —exclamó Dumbledore bruscamente, y comenzó a dar pasos aún más largos. Harry tuvo que correr para no quedarse atrás—. ¿Sabes si alguien más ha visto al señor Crouch?
—Nadie —respondió—. Krum y yo estábamos hablando. El señor Bagman ya había acabado de explicarnos en qué consiste la tercera prueba, y nosotros nos quedamos atrás. Entonces vimos al señor Crouch salir del bosque.
—¿Dónde están? —preguntó Dumbledore, cuando el carruaje de Beauxbatons se hizo visible.
—Por ahí —contestó Harry adelantándose a Dumbledore y guiándolo por entre los árboles.
No se oía la voz de Crouch, pero sabía hacia dónde tenía que ir. No era mucho más allá del carruaje de Beauxbatons... más o menos por aquella zona...
—¡Viktor! —gritó Harry.
No respondieron.
—Los dejé aquí —explicó—. Tienen que estar por aquí...
—¡Lumos! —dijo Dumbledore para encender la varita, y la mantuvo en alto.
El delgado foco de luz se desplazó de un oscuro tronco a otro, iluminando el suelo. Y al final hizo visible un par de pies.
Harry y Dumbledore se acercaron aprisa. Krum estaba tendido en el suelo del bosque. Parecía inconsciente. No había ni rastro del señor Crouch. Dumbledore se inclinó sobre Krum y le levantó un párpado con cuidado.
—Está desmayado —dijo con voz suave. En las gafas de media luna brilló la luz de la varita cuando miró entre los árboles cercanos.
—¿Voy a buscar a alguien? —sugirió Harry—. ¿A la señora Pomfrey?
—No —dijo Dumbledore rápidamente—. Quédate aquí. Levantó en el aire la varita y apuntó con ella a la cabaña de Hagrid. Harry vio que algo plateado salía de ella a gran velocidad y atravesaba por entre los árboles como un pájaro fantasmal. A continuación Dumbledore volvió a inclinarse sobre Krum, le apuntó con la varita y susurró:
—¡Enervate!
Krum abrió los ojos. Parecía confuso. Al ver a Dumbledore trató de sentarse, pero él le puso una mano en el hombro y lo hizo permanecer tumbado.
—¡Me atacó! —murmuró Krum, llevándose una mano a la cabeza—. ¡Me atacó el viejo loco! Estaba «mirrando» si venía Potter, y me atacó por «detrrás»!
—Descansa un momento —le indicó Dumbledore. Oyeron un ruido de pisadas antes de ver llegar a Hagrid jadeando, seguido por Fang. Había cogido su ballesta.
—¡Profesor Dumbledore! —exclamó con los ojos muy abiertos—. ¡Harry!, ¿qué...?
—Hagrid, necesito que vayas a buscar al profesor Karkarov —dijo Dumbledore—. Han atacado a un alumno suyo. Cuando lo hayas hecho, ten la bondad de traer al profesor Moody.
—No hará falta, Dumbledore —dijo una voz que era como un gruñido sibilante—. Estoy aquí.
Moody se acercaba cojeando, apoyándose en su bastón y con la varita encendida.
—Maldita pierna —protestó furioso—. Hubiera llegado antes... ¿Qué ha pasado? Snape dijo algo de Crouch...
—¿Crouch? —repitió Hagrid sin comprender.
—¡Hagrid, por favor, ve a buscar a Karkarov! —exclamó Dumbledore bruscamente.
—Ah, sí... ya voy, profesor —dijo Hagrid, y se volvió y desapareció entre los oscuros árboles. Fang fue trotando tras él.
—No sé dónde estará Barty Crouch —le dijo Dumbledore a Moody—, pero es necesario que lo encontremos.
—Me pondré a ello —gruñó Moody. Sacó la varita, y penetró en el bosque cojeando.
Ni Dumbledore ni Harry volvieron a decir nada hasta que oyeron los inconfundibles sonidos de Hagrid y Fang, que volvían. Karkarov iba muy aprisa tras ellos. Llevaba su lustrosa piel plateada, y parecía nervioso y pálido.
—¿Qué es esto? —gritó al ver en el suelo a Krum, y a Dumbledore y Harry a su lado—. ¿Qué pasa?
—¡Me ha atacado! —dijo Krum, incorporándose en aquel momento y frotándose la cabeza—. El «señorr Crrouch» o como se llame.
—¿Que Crouch te atacó? ¿Que Crouch te atacó? ¿El miembro del tribunal?
—Igor... —comenzó Dumbledore, pero Karkarov se había erguido, agarrándose las pieles con que se cubría.
—¡Traición! —gritó, señalando a Dumbledore—. ¡Es una confabulación! ¡Tú y tu Ministerio de Magia me habéis atraído con falsedades, Dumbledore! ¡No es una competición justa! ¡Primero cuelas a Potter en el Torneo, a pesar de que no tiene la edad! ¡Ahora uno de tus amigos del Ministerio intenta dejar fuera de combate a mi campeón! ¡Todo este asunto huele a corrupción y a trampa, y tú, Dumbledore, tú, con el cuento de entablar lazos entre los magos de distintos países, de restablecer las antiguas relaciones, de olvidar las diferencias... mira lo que pienso de ti!
Karkarov escupió a los pies de Dumbledore. Con un raudo movimiento, Hagrid agarró a Karkarov por las pieles, lo levantó en el aire y lo estampo contra un árbol cercano.
—¡Pida disculpas! —le ordenó, mientras Karkarov intentaba respirar con el puño de Hagrid en la garganta y los pies en el aire.
—¡Déjalo, Hagrid! —gritó Dumbledore, con un destello en los ojos.
Hagrid retiró la mano que sujetaba a Karkarov al árbol, y éste se deslizó por el tronco y quedó despatarrado entre las raíces. Le cayeron algunas hojas y ramitas en la cabeza.
—¡Hagrid, ten la bondad de acompañar a Harry al castillo! —le dijo Dumbledore con brusquedad.
Resoplando de furia, Hagrid echó una dura mirada a Karkarov.
—Creo que sería mejor que me quedara aquí, director...
—Llevarás a Harry de regreso al colegio, Hagrid —le repitió Dumbledore con firmeza—. Llévalo hasta la torre de Gryffindor. Y, Harry, quiero que no salgas de ella. Cualquier cosa que tal vez quisieras hacer... como enviar alguna lechuza... puede esperar a mañana, ¿me has entendido?
—Eh... sí —dijo Harry, mirándolo. ¿Cómo había sabido Dumbledore que precisamente estaba pensando en enviar a Pigwidgeon sin pérdida de tiempo a Sirius contándole lo sucedido?
—Dejaré aquí a Fang, director —dijo Hagrid, sin dejar de mirar amenazadoramente a Karkarov, que seguía despatarrado al pie del árbol, enredado con pieles y raíces—. Quieto, Fang. Vamos, Harry.
Caminaron en silencio, pasando junto al carruaje de Beauxbatons, y luego subieron hacia el castillo.
—Cómo se atreve —gruñó Hagrid cuando iban a la altura del lago—. Cómo se atreve a acusar a Dumbledore. Como si Dumbledore fuera a hacer algo así, como si él deseara tu entrada en el Torneo. Creo que nunca lo había visto tan preocupado como últimamente. ¡Y tú! —le dijo de pronto, enfadado, a Harry, que lo miraba desconcertado—. ¿Qué hacías paseando con ese maldito Krum? ¡Es de Durmstrang, Harry! ¿Y si te echa un maleficio? ¿Es que Moody no te ha enseñado nada? Imagina que te atrae a su propio...
—¡Krum no tiene nada de malo! —replicó Harry mientras entraban en el vestíbulo—. No ha intentado echarme ningún maleficio. Sólo hemos hablado de Hermione.
—También tendré unas palabras con ella —declaró Hagrid ceñudo, pisando fuerte en los escalones—. Cuanto menos tengáis que ver con esos extranjeros, mejor os irá. No se puede confiar en ninguno de ellos.
—Pues tú te llevabas muy bien con Madame Máxime —señaló Harry, disgustado.
—¡No me hables de ella! —contestó Hagrid, y su aspecto se volvió amenazador por un momento—. ¡Ya la tengo calada! Trata de engatusarme para que le diga en qué va a consistir la tercera prueba. ¡Ja! ¡No hay que fiarse de ninguno!
Hagrid estaba de tan mal humor que Harry se alegró de despedirse de él delante de la Señora Gorda. Traspasó el hueco del retrato para entrar en la sala común, y se apresuró a reunirse con Ron y Hermione para contarles todo lo ocurrido.

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